Café italiano o colombiano: diferencias, sabores y rituales

En Italia, el café es sinónimo de espresso. Es parte del estilo de vida cotidiano: un «caffè» rápido en la barra de un bar, un interludio social o una forma de cerrar una comida con elegancia. El café italiano es intenso, breve y directo, como una conversación veloz pero significativa en una plaza romana.

En cambio, Colombia vive el café con una calma distinta. El café colombiano representa su geografía: montañosa, verde, diversa. Su producción está mayoritariamente en manos de pequeños caficultores que priorizan la calidad, la sostenibilidad y las variedades arábicas. La bebida resultante es suave, aromática, ideal para disfrutar lentamente.

Preparación y ritual: espresso vs. filtrado, moka y prensa francesa

En Italia, el espresso es el rey. La preparación está centrada en extraer una bebida intensa en solo 25-30 segundos a presión alta. Este método concentra el sabor y la cafeína en una porción pequeña, ideal para quienes buscan un golpe rápido de energía y sabor.

En casa, muchos italianos usan la cafetera moka, un icono del diseño que permite preparar un café potente con un toque artesanal. La experiencia se completa con el acto de tomarlo de pie, en la cocina o en la barra de un bar, en pocos sorbos.

El café colombiano, en cambio, se disfruta más con preparaciones de extracción lenta como el filtrado o la prensa francesa. Estas técnicas permiten destacar sus notas florales y frutales. Prepararlo implica tiempo y paciencia, algo que va en línea con su carácter suave y envolvente.

¿Cuál elegir? Momentos y estilos para cada tipo de café

La elección entre café italiano o colombiano no es una cuestión de mejor o peor, sino de ocasión y estilo personal. Si buscas un café fuerte, concentrado, para comenzar el día con determinación o para una sobremesa potente, el espresso italiano es ideal.

Si en cambio deseas una experiencia más aromática y pausada, perfecta para acompañar un desayuno tranquilo o una lectura de tarde, el café colombiano es la opción más adecuada.

Combinar ambos en tu rutina también es una excelente estrategia. Como nos recuerda la experiencia de muchos amantes del café: tener distintas variedades según el momento del día amplía las posibilidades sensoriales.

Mi experiencia personal entre Roma y Salento: dos formas de vivir el café

Hace un par de años, en un viaje relámpago a Roma, me enamoré del ritual del espresso italiano: entras al bar, pides un “caffè”, te lo sirven en una tacita diminuta y lo tomas de pie, en dos sorbos, mientras el barista te lanza un “ciao” que suena a despedida y bienvenida a la vez. Aquella intensidad corta y cremosa me dejó marcado; sentí como si cada gota concentrara el carácter directo y apasionado de los italianos.

Desde entonces, cuando necesito un golpe rápido de energía o quiero cerrar una comida con estilo, recurro a un tueste oscuro italiano y lo preparo en mi cafetera moka: es puro sabor a viaje, con ese toque amargo y achocolatado que te despierta hasta las ideas.

Pero mi día a día lo domina el café colombiano, y aquí la historia es distinta: recuerdo un desayuno en Salento, rodeado de montañas verdes, donde me sirvieron un filtrado suave que olía a caramelo y frutas tropicales. Fue como beberse la mañana misma, luminoso y sin prisas.

En casa, sigo esa vibra: utilizo molienda media y prensa francesa para extraer su acidez brillante y notas dulces… perfectas para acompañar pan tostado con mantequilla. Al final, italianos y colombianos juegan papeles diferentes en mi rutina: el primero es mi “shot” de adrenalina mediterránea; el segundo, mi compañero sereno de sobremesas largas. Tener ambos a mano es mi pequeño truco para viajar con cada taza sin salir de la cocina.